MADAGASCAR
ENCUENTROS EN UNA ISLA ROJA
Mi primer recuerdo del viaje a Madagascar tiene un sabor dulce y también amargo, porque es una enorme isla de tierra roja con paisajes eternos y una biodiversidad infinita, pero que me dejo muchos cuestionamientos internos imposibles de olvidar.
Hasta ese momento, mi experiencia con la cámara había sido de cierta manera asistida por otros amigos fotógrafos, este viaje fue mi primera autogestión y obviamente tuvo los inconvenientes que pueden ocurrirle a una viajera incipiente.
¿En qué minuto se me ocurrió viajar a Madagascar? con las vacaciones de septiembre 2017 programadas para Sudáfrica, les dije a mis compañeros de viaje ¿por qué no cruzamos y aprovechamos de ir? Compramos el vuelo y esa fue toda nuestra planificación. En esos días mis fieles compañeras eran mis Pentax K-3 y K-3 II, más mis lentes Pentax 300 mm, 100 mm, 35 mm y el infaltable gran angular Sigma 10-20, así es que con ellas partimos a la aventura.
Un par de días antes, un amigo (que había estado por allá hace poco) me paso una tarjeta con el dato de un alojamiento cerca del aeropuerto de Antananarivo y que suerte haber tenido esa información, porque una vez allá nos dimos cuenta de que no había nada… sin taxis para salir del aeropuerto, sin transporte público y sin poder comunicarnos porque tampoco hablan inglés, estas fueron las primeras de varias complejidades por las que tuvimos que pasar.
El siguiente desafío era llegar a Morondava, con el objetivo de llegar a la Avenida de los Baobabs ¿opciones? Un vuelo muy costoso, un taxi-brousse (minibus cargado a mas no poder) o arrendar un auto, finalmente nos decidimos por esta última opción.
El vehículo, un Peugeot antiguo con el parabrisas quebrado y un chofer que tampoco hablaba inglés (en Madagascar los autos arrendados lo incluyen porque los caminos son muy malos). Café fue una de las pocas palabras que entendió y luego nos llevó a tomar “petit-déjeuner” (desayuno). Por recomendaciones de gente que conocimos en Sudáfrica, preferimos comprar solo comida envasada y agua embotellada, las demás opciones no se veían muy apetitosas, porque cucarachas caminando por encima del mesón, no era muy saludable, por ende, el café quedo para después.
El viaje duro algo más de 13 horas, paisajes infinitos, un camino imposible, pueblitos pequeños con casas de adobe, puestos de comida y gente en las calles vendiendo de todo, fue la tónica del viaje y el 35 mm no falló disparando desde la ventana del Peugeot.
Llegamos a Morondava y nos encontramos con un pueblo costero a oscuras, en las noches se corta la electricidad. El hotel que nos recibe si tiene luz, pero no tiene comida, sin embargo, nos recomiendan a unos metros un restaurante con los mejores camarones apanados de la vida o nosotros sin haber comido en horas, tenemos esa percepción, aunque prefiero pensar que si eran tan deliciosos como los recuerdo.
Al siguiente día, en la mañana nos dedicamos a recorrer el pueblo y después en la tarde, la tan esperada Avenida de los Baobabs.
Una playa extensa sobre el canal de Mozambique, que separa la isla de África, varios pescadores y niños jugando con juguetes hechos mano, como un pequeño velero de madera y una bolsa plástica como vela, y lamentablemente mucha basura, ya habíamos visto desde nuestra llegada mucha contaminación y ese fue uno de mis primeros choques emocionales de este viaje.
Por la tarde, los baobabs, estos árboles solo se dan en África y al oeste de Australia, los que podemos ver en Madagascar son 7 tipos y los de la avenida son del tipo Adansonia grandidieri que pueden llegar a medir 30 metros.
Llegamos a eso de las 4 de la tarde y lo primero que vemos son niños acercándose a los autos de los turistas diciendo “bonbon”, pronto nos damos cuenta de que piden dulces. Se me acerca un pequeño a pedirme el yogurt que sin saber me acabo de comer y mi sensación es de mucha tristeza ¿qué hago yo ahí tratando de tomar fotos cuando hay niños pidiendo comida? otro turista les da a los niños cigarrillos para que dejen de molestar y yo no logro contener la pena. Conocemos a una pequeña con una bella y gran sonrisa que nos dice: “je m'appelle Olivia” y me logra sacar una sonrisa a mi también... ¿Qué es lo necesario para sonreír? … puede que haya entendido que lo importante es disfrutar lo que tienes sin mayores pretensiones y agradecer a la vida por estar ahí. De a poco empieza a bajar mi angustia, comienza a mirar a mi alrededor, a tomar la cámara y a capturar el lugar, los niños jugando futbol, un camión de juguete hecho con una botella de plástico y los baobabs. Estoy más tranquila, pero los cuestionamientos seguirán por varios días.
Comienza a esconderse el sol y los turistas se ordenan en una fila, uno al lado del otro, al final de la cancha improvisada de futbol, yo me quedo adelante y con el gran angular intento capturar el atardecer mágico. La luz se va y nosotros también, si en el pueblo no hay electricidad de noche, en este lugar menos.
Volvemos con el pecho apretado y con la sensación de que lo que vivimos ese día, será por lejos el momento más inolvidable del viaje, por la belleza y por todos los sentimientos que nos hizo vivir ese lugar.
Lo siguiente en nuestros días en Madagascar estarán dedicados a la fauna, endémica por su condición de isla, acá podemos encontrar una de las biodiversidades más ricas del mundo donde el 70% de las especies son únicas, sin embargo, se encuentra muy amenazada por la degradación del hábitat con la deforestación en pro de los cultivos de arroz y la ganadería; lémures, camaleones, aves, el fossa, anfibios, reptiles y nuestras cámaras no descansan y el 100mm se porta de lujo.
Después de una semana recorriendo esta hermosa isla, con miles de imágenes en la retina y en la memoria de la cámara, hicimos nuestro resumen:
Lo bueno: la naturaleza única, que a pesar de todo sigue luchando por sobrevivir a la deforestación y el cambio climático.
Lo malo: el transporte, muy difícil y costoso moverse en la isla, es uno de los ítems a planificar con anticipación. Aprendizaje para la próxima, porque quiero volver algún día.
Lo triste: la falta de condiciones básicas para vivir, son la evidencia de uno de los países más pobres del mundo.
Lo sorprendente: el llamado de los Indri Indri uno de los lémures más grandes de la isla, que se escucha a 3 kilómetros.
Lo más tierno: todos los lémures.
Y lo más lindo: Olivia y todos los niños que se cruzaron con nosotros y que nos regalaron una sonrisa, esas son las imágenes que no se guardan en la memoria de la cámara, si no que en los recuerdos de nuestras vidas que se complementarán con las fotografías que tomamos.
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